Blogia
La caja de los hilos

EL AYUDANTE DE LA MAGA

Por El Sastre

Como por arte de magia, ha llegado a nuestras manos un relato inédito de Sergio Algora sobre la muerte y el amor. Forma parte de su libro de cuentos "No tengo el placer", que se edita este año. Esperamos ansiosos su publicación.

"Cuando Carlos termina su trabajo en Mercazaragoza se dirige a la casa de su madre. Esa misma tarde tienen ensayo y realizan sus prácticas y trucos en el amplio salón de la casa.
    Desde hace dos meses prueban un nuevo truco. Lo llaman, entre ellos, “la resurrección”. Su madre cae al suelo del escenario, fulminada, en la mitad de un juego de manos banal, aunque técnicamente complicado, con pañuelos de colores.
    Consiste, el truco que ensayan a diario desde hace dos meses, en simular una muerte aparente, bajando el ritmo cardíaco hasta que, éste, casi no se pueda percibir de puertas a fuera de la caja torácica y en dejar de respirar, como lo hacen los pescadores de perlas. Inmersión en apnea, le ha dicho su madre, que se dice.
    Ella ha conseguido perfeccionar estas habilidades con años de clases de yoga y de submarinismo sin bombonas.
    En el truco él sólo tiene que llorar al lado del cuerpo sin vida de su madre e invitar al público a que compruebe la ausencia de constantes vitales.
    Durante diez minutos, la gente puede subir al escenario y poner la mano sobre el corazón de su madre, poner un espejito cerca de los labios para comprobar que no lo empaña con su aliento, acercar sus oídos al pecho materno en busca de un latido o poner la mano sobre la boca en busca de un último hálito de vida.
    Transcurridos los diez minutos la cubrirá con una sábana y llamará a emergencias por el móvil.
    El público tiene que dudar de la veracidad de la muerte y pensar que es un truco que forma parte del espectáculo. Pero hacerlos dudar ya dará la suficiente tensión a esos minutos de espera en la sala.
    Vendrán dos chicos a los que les habrá precedido un sonido de sirenas y entrarán corriendo desde el fondo de la sala. Cuando levanten la sábana no estará la madre sino una preciosa joven, María, con la que Carlos lleva saliendo unos meses.
La gente aplaudirá y en mitad de la ovación la madre de Carlos saldrá de un lateral del escenario, con un vestido diferente al que llevaba cuando cayó muerta, saludando al público.
    Entonces, la ovación se hará ensordecedora y todos saludaremos al público; será nuestro último truco, le dice la maga a su hijo, al final de cada ensayo.

    Cuando Carlos entra en casa y ve a su madre tendida en el suelo del amplio salón, piensa que se trata de la preparación del truco final: “la resurrección”, que dentro de tres días representarán en el salón de actos del centro cívico de un barrio de las afueras de Zaragoza.
    Coge una silla y habla con voz queda y profunda a su madre. Le dice que hace un tiempo que está liado con María, la chica que también ayuda en los trucos, pero que no es como con las otras, que cree que se ha enamorado. Le encanta ver a María dormida desnuda cuando él va a acostarse. Se queda mirándola horas. María duerme sin ropa interior y eso le emociona más que compartir el gusto por autores de poesía y películas antiguas, que lo comparten, lo compartimos dice Carlos a su madre, que sigue en silencio en el suelo como desmayada. Yo antes besaba a las mujeres como besan los creyentes a los muñecos de madera o escayola que hay en las iglesias, con fe ciega, porque así se tiene que hacer. Yo ahora a María la beso con todo, todo tu hijo besa a María.
    Carlos se interrumpe. Lleva hablando más de quince minutos y su madre sigue inmóvil en el suelo del amplio salón.
    Baja de la silla, se arrodilla junto a ella y la mueve cogiéndola por los hombros y atrayéndola hacia él. Mamá, mamá despierta, le dice. Cree que quizás ha entrado en una especie de trance al apurar tanto los límites de su concentración para ir anulando y bajando el ritmo vital de su organismo. El silencio que emanadel cuerpo de su madre lo conmueve.
    Carlos se sienta en el suelo junto a ella y le busca el corazón, desabrochando su blusa y colocando la palma de su mano derecha a ras de piel del pecho izquierdo de su madre. Los deseos que uno tiene de pequeño se cumplen de las maneras más insospechadas, piensa Carlos. Oprime el pecho como si fuera un limón del que quisiera extraer el zumo y la pulpa. Su madre siempre le ha parecido muy atractiva.
    Decían de él, amigos y parientes, que él había heredado de su madre la belleza. Callaban que la estupidez venía por parte de padre. La madre había incluido a Carlos en sus trucos de magia porque su agraciado aspecto despistaba a un público, mayoritariamente femenino, de sus tejemanejes y juegos de mano. Un día le había dicho a Carlos, hijo mío, la mirada de los tontos cuando son tan guapos como tú, suele ser hipnótica.


    Carlos se da cuenta que hay sangre bajo la cabeza de su madre. También hay sangre en la esquina del escritorio cercano. Al moverla, la sangre mana con mayor fuerza, parece que antes el suelo hacía de tapón en la herida. Se ha caído por causas que desconoce, con tan mala fortuna que se ha roto la nuca. Aquí no hay truco. Su madre está muerta, como dormida sobre un líquido manto rojo.
    La preciosa cabeza de su madre, rota, astillada, en un charco de sangre donde desconocidos pájaros marinos irían a beber. Mientras llegan esos pájaros, el alzadún y la carilarga, por citar dos especies inexistentes pero reales en su tonta cabeza, Carlos besa a su madre en la boca y la desnuda y la besa con pasión y ternura por todo el cuerpo. La acaricia y luego se queda mirando el cuerpo desnudo de su madre como mira al de su amor, María, cuando se va a acostar.
    Para evitar la entrada del sol y controlar las altas temperaturas de ese verano, todas las persianas de la casa están bajadas y las cortinas echadas. La oscuridad desfigura el aspecto de las habitaciones y todo lo que hay allí se vuelve extraño, irreconocible. La casa parece el interior de una embarcación abandonada precipitadamente.
    Carlos saca la mano izquierda del espacio que se forma entre los muslos de su madre y la huele. Tumbado a su lado, desfallecido, sabe que ha sido hasta la fecha su mejor orgasmo y que jamás conseguirá otro igual. Se levanta, se limpia la mano con papel de cocina y hace una llamada desde su móvil".

El pintor belga Eddy Stevens, que acompaña a Sergio con sus ilustraciones en este maravilloso relato, es para quedarse con la boca abierta. Con un dominio de la anatomía francamente sorprendente, crea un mundo imaginario en el que el silencio y los símbolos cobran verdadera importancia.

Mamá, despierta...

Goldfrapp - Happiness.mp3

Goldfrapp - A & E.mp3

Goldfrapp - Cologne Cerrone Houdini.mp3

4 comentarios

ana m. -

hola, cariños!! llevo como una semana sin leeros... no puede ser!! he echado un ojo por encima y prometo leer todo lo que tengo pendiente.
qué bien que sergio nos deje leer algo inédito... muakmuakmuak.

nascu -

joder! que nivel Manuel, bueno como entremes lo mío no está mal. Precioso...

Santo -

Paradójico final feliz... ¡Qué bueno eres, Algorita!

Azzunena -

con los pelos como escarpias me he quedao...