LA CARACOLA
Por El hada madrina
La caracola está vacía, como el perdón tras la batalla. Desprende unos vapores oscuros, negros, o casi negros, no lo sé. Pequeños destellos de Luna disfrazan el desnudo de alguna vieja presencia que no acaba de descubrirse, mientras yo miro un poco más sin ver nada. Entorno los ojos, me esfuerzo por perfilar el susurro de mi infancia o el entierro de Peter Pan, pero fracaso de nuevo. Miro un poco más y un poco más. Al final, como quien secuestra un silbido, tropiezo y me precipito por un tobogán de acero hacia el estómago de la babosa, hacia el escondrijo espeso que alguna vez ocupó el mal. En el viaje eléctrico, escucho ese ruido que solo puede provocar el mar cuando esconde el azul bajo la alfombra, por si viene Neptuno y se lo quiere robar. De los ecos de las olas caen burbujas de arena que me queman la epidermis impaciente. Las alas no responden, el cabello coge velocidad y yo desciendo rápidamente hasta que de repente el sol decide dejar de llorar. Es entonces cuando hago pie. El golpe lo amortiguan las iguanas de la primavera, que abren las ventanas para dejarme respirar, aunque sea poco. El suelo se llena de charcos y en los charcos, viejos enanos cantan romances a las ranas tuertas o al verdugo indecente. Al fondo, una gruta angosta alarga su brazo tatuado hasta enseñarme la lámpara de la caracola, bañada con algas de plata. Como si se atragantara con el silencio obsceno de algún olvido o de alguna causa, la llama parpadea, gotea y se entrecorta como la cera que muere en las estalactitas. Sin saber por qué, soplo despacio. Por un instante, como si la nada me rozara los párpados, se hace la luz y yo, emocionada, creo descubrir en el horizonte los cristales que se extraviaron alguna vez entre los abrazos de la espuma y la sal. Sonrío. Por fin, vuelvo a ver el azul del mar.
Helena Santolaya se trajo esta hada encantada de su última visita a la playa...
Cantemos en voz baja...
2 comentarios
Azzunena -
nascu -