EL PERRO
Por El hada madrina
Me aventuré en el bosque buscando respuestas y solo encontré sombras de purpurina. Me adentraba en los escondrijos de los árboles, donde hallar escuetas soluciones al enigma, pero nada, el sol se distraía ufano con las ninfas y ocultaba la verdad bajo las manos oscuras que todo lo tapan. De las grietas de las rocas se escurrían silbidos intrascendentes y las nubes se abrazaban a la espera de un cambio. Entonces escuché un ladrido ciego y lo agarré con los dedos. Lo miré y casi dejé que me arrastrara con suavidad hasta una pradera plateada por la pérdida. Allí estaba el perro, con una herida negra que zigzagueaba por su pata, que se desdibujaba entre la sangre viscosa del que empieza a decir adiós. Me aproximé con cuidado y vi cómo sus ojos temblaban al parpadear, cómo el hocico exhalaba un lamento sordo, cómo su boca burbujeaba ante la llegada de la parca. Noté que la sal de mis lágrimas se colaba entre mis labios y que la hierba sucumbía al advertir la derrota. Alcé mi varita con cautela y la acerqué a la brecha. Las luces de colores se enredaron entre gritos asustados. Poco a poco, la herida se cerró como si fuera un gusano venenoso enterrado por la marea. El perro se levantó aturdido y echó a correr buscando calor. Di un paso hacia atrás y miré al cielo. Eché a reír. El sol, al fin, me estaba mirando.
El hada que ilustra este artículo ha sido rescatada del botiquín de Helena Santolaya, donde estaba un tanto angustiada entre alcoholes y gasas.
Algo se escucha en el bosque...
4 comentarios
Santo -
Santo -
nascu -
azzunena -
Hada, has vuelto a ponerme la piel de cristal. Quién tuviera tu varita...