MI CIUDAD
Por Amadeo Martillo
Puede que sean los efectos de la reflexión de la luz o la ginebra, pero en la entrada del callejón de las Once Esquinas hay dos hombres que se masturban junto a la farola mientras olisquean los coños de las hembras que pasan a su lado. Me miran. Visten zapatos de tacón y correajes de cuero, embridados, desnudos, mordisquean el bocado cuando sus pequeñas pollas se estremecen al escupir su veneno. Se dejan abrazar por la lluvia, que repiquetea sobre el parabrisas. “Quiero ser tu perro…”, dicen antes de ponerse a ladrar. Solo los gatos, que relamen la acera antes de que nadie se dé cuenta, les prestan atención. Cerca de allí, delante de una tienda de comestibles, tres gordas se sientan junto a la puerta y abren sus piernas para enseñar unos coños llenos de carne y pelo. Sacan la lengua a las amas de casa y se amasan las tetas. Se mean encima al correrse. “Come, come…”, dicen cuando se paran ante ellas unos ejecutivos con su cajita de shusi para observar la carta de los helados.
Me enciendo un cigarrillo y trato de pensar en otra cosa. Me está ocurriendo otra vez.
En la parada del autobús, dos jueces se levantan la toga y se abren el culo ante unos críos, que les follan torpemente por diez euros. A su alrededor, cientos de personas se aprietan para subir cuanto antes al 35, sin detenerse a observar la escena. Tampoco se fijan en las farolas, de donde cuelgan seis mujeres desnudas, que se balancean mientras la soga les raja el cuello. En las aceras, junto a la basura de los restaurantes, no es difícil ver los cadáveres apilados. Pero nadie se para y avisa a la morgue. En ocasiones, se escucha un disparo mientras corren los antidisturbios. Pero nunca he visto a alguien preguntándose de dónde viene el tiro.
Aminoro la velocidad. Cuatro policías con las porras en la mano golpean a un grupo de tullidos que piden limosna junto a la iglesia. Algunos mueren con el primer palo. Otros prefieren chupársela al madero y pedir unas monedas. O un poco de tiempo para escapar. No muy lejos de allí, en las puertas de Club Bulc, los tubos fluorescentes apenas disimulan las manchas de sangre de la entrada. Un tarado se mete los dedos en la boca y escupe un líquido viscoso y blanco. Grita. Los guardas de seguridad le dan una patada en la cara y le dicen que se marche. Recoge sus dientes del suelo y se tambalea hacia un callejón. Allí, las putas se ríen a carcajadas del pobre diablo, pero él, con la polla en la mano, les pide una paja. Una le responde sacándose la polla. También quiere una paja. Se empiezan a tocar. Nadie les hace caso, ni siquiera la anciana que se agacha a recoger una moneda entre los charcos de semen.
Paro a la altura del Vips, en el semáforo, y me echo un trago con los codos apoyados en el volante. Ha dejado de llover. Creo que ya se me está pasando. Unos adolescentes se arremolinan junto a una fuente y juguetean con el agua. Un anciano compra unas flores, quizá para su esposa, y el aire se inflama con un suave perfume a orquídeas. Empiezo a respirar mejor.
Justo cuando me dispongo a arrancar, un hombre entra en el taxi, sin avisar. Empiezo a conducir sin saber el destino. Antes de preguntar nada, escucho junto a la nuca: “Quiero ser tu perro”, me susurra. Con el taxi en marcha, todo vuelve a ser real. Creo que volverá a llover.
David Foldvari es un ilustrador que, con técnicas próximas al grafiti y al cómic, recrea ambientes urbanos realmente emocionantes.
Parémonos a reflexionar...
7 comentarios
La caja de los hilos -
Azzu: en la ciudad hay monstruos y niñas bonitas como tú. Menos mal.
Bárbara: ¿Sera posible comprar cajitas de sushi en Z? ¿Dónde? ¿Y ginebra barata?
Santo: Amadeo es ya de por sí un buen psiquiátra. Quizá todos estemos locos menos él.
Elbrús: necesitas descansar...
Tomás: A nosotros también nos da miedo Elbrús.
Tomás Lobo -
elBrús -
En uno de esos vuelos de supervivencia para conseguir el nectar que guardan sus esquinas, tendrás que satisfacer tus instintos más vitales y por fín no te quedará más remedio que follarte a esa puta de 14 años a la que te gusta tanto mirar cuando se está trabajando a un cliente en la sombra de cualquier portal y que todavía no has querido o no te has atrevido a invitar a pasar al taxi.
Y ella por cierto estará encantada, como todas las demás.
Santo -
bárbara -
Bueno...hay algo que me ha impactado, lo de los ejecutivos comiendo sushi. Me has dejao muerta
azzunena -
nascu -