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La caja de los hilos

CRÓNICA DE LOS DÍAS IMPERFECTOS

Por El Sastre

Sonia Fides nos regala un relato de luz y oscuridad, de ruido y silencio. Esperamos que no sea el  último.

Jaime siempre había querido vivir en el Polo Norte, le gustaban desde niño las cosas categóricas, sus colores favoritos eran, como es de suponer, el negro y el blanco, los únicos colores que le sentaban bien a un hombre cuerdo. Sobre la mesa de su escritorio había distintas versiones de una misma película, “Los amantes del círculo polar” y eso que todavía no había amado a nadie de carne y hueso.

Esos sí amaba la oscuridad tanto como amaba la luz, y por eso no se cansaba de ver esa película y por eso sabía que España era sólo un improvisado destino para él. Demasiado sol y demasiada noche pero con una duración que no era nunca la que él necesitaba para sentirse a gusto. En el polo norte todo estaba más equilibrado, la luz y la oscuridad se repartían por igual y por tanto se disfrutaban por igual, además Jaime siempre había sido un furibundo fan de las líneas rectas, detestaba tanto los relojes que  tal vez por eso amaba tanto al rebelde Polo Norte, allí los relojes no eran más que una anécdota, y al cielo le importaba muy poco si se paraban o no.

Tal vez por eso recurrió a los fármacos.

Estaba harto de ser un exiliado. Cuando decía esta frase sus amigos se reían de él, de aquel exiliado con los papeles en regla y con un sueldazo, pero Jaime no los escuchaba, y cuando se reían de él se concentraba hasta recordar su sonido favorito, el de los iceberg plantándole cara a su inamovible Destino. Tal era su obsesión por el Polo Norte que había habilitado una de las habitaciones de su casa sólo para guardar sus cientos de Dvd’s sobre aquel lugar. Los visionaba una y otra vez, hasta que un día se le estropeo el aparato que los reproducía y de pronto apareció otro canal en la pantalla. Adiós al Polo Norte, al silencio, a la elegante melodía de los icebergs rebelándose contra la engañosa quietud del océano y hola a un ruido feroz de sirenas, de voces que imaginó que clamaban justicia. Nunca había visto tantos cuerpos quietos, nunca, hasta ese momento, hubiera podido imaginar que bajo el cuerpo de un niño muerto, la tierra pierde su capacidad para girar y su quietud juega a poner en pie todo el vello de tu cuerpo. Pensó en que debía documentarse sobre el tema, porque tal vez bajo el cuerpo de un adulto, la tierra siguiera su rutina diaria.

No, seguro que fue por esto por lo que recurrió a los fármacos y por esto mismo fue por lo que salió de casa y se acercó hasta la farmacia más cercana.

Entró, le preguntó a la dependienta qué tipo de medicamentos eran necesarios para hacerse un fondo de ojo. La dependienta, se extrañó pero no dudó en hablarle acerca de los colirios con midiátricos y los colirios con atropina. No obstante le recomendó los primeros porque los segundos tenían más efectos secundarios. Le contó toda la vida privada de aquellos líquidos, como la atropina podía dilatar su efecto durante tres semanas. Pensó en que la atropina era sin duda la fémina más seductora del universo de los colirios y pensó también que ya tenía edad suficiente para enamorarse. Le pidió que le diera diez botes, treinta días cubiertos por si volvía a estropeársele de manera inesperada su aparato reproductor de Dvd’s. La dependienta metió las diez cajitas en una bolsa de plástico y Jaime pago su dosis en metálico. No quiso dejar ningún rastro de su cobardía

Eugenio Recuenco es uno de los fotógrafos publicitarios más reconocidos. Su estilo es inconfundible.

Difícil elección...

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3 comentarios

El Sastre -

Enhorabuena y, sobre todo, gracias. Vuelve pronto, te esperamos impacientes.

Mil besos en mil cajas.

Sonia -

Gracias chicos, es siempre un honor estar aquí.

Un abrazo súper.

Ybris -

Relato especialmente recomendado para los exiliados ya tocados de nostalgias polares y de monocromáticos contrastes.
Y heridos de las interferencias de espantosas realidades que ya combatimos a base de infalibles fármacos de olvidos.
Tal como van las cosas habrá que recurrir a la atropina.
Cuando falla el norte mejor la borrosidad que la nitidez.

Espléndido relato, Sonia.