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La caja de los hilos

MUSARAÑAS EN EL ÉTER

MUSARAÑAS EN EL ÉTER

Por El hada madrina

Empecé a subir, a subir, a subir… La troposfera, la estratosfera, la mesosfera, la termosfera… A 2.000 kilómetros del suelo, La Tierra parecía un juego de cristal, una burbuja ensimismada, una película muda. Miré al Sol, a la Luna, a Marte y pensé: “Vivimos en un Universo en expansión acelerada[1]”. Entre nebulosas y sueños, giré la cabeza y observé la curvatura del espacio-tiempo[2], como Einstein en su día, y parpadeé. Parpadeé no de emoción, sino de incredulidad, al percibir unas energías incontrolables que me arrastraban casi hasta el desvanecimiento. En este Universo en expansión acelerada, mecida por la deformación de la geometría del monopolo magnético[3], me dejé llevar hacia una dimensión arbitraria en la que pude tocar aquello que todavía no se es posible acariciar en el mundo de lo sensible. Maldita cuántica. En mis ingrávidas volteretas, tomé una cuerda[4] y traté de encontrar una escapatoria a las extrañas configuraciones que me acechaban hasta llegar al holograma[5]. ¿Al holograma? Sí, a la huella en la esfera, al rastro del invisible, al bucle imposible. En mi delirio, vi estrellas y carros, musarañas en el éter, papelitos de colores revoloteando por los teoremas de los sabios. Apreté fuerte los ojos y los labios, agité mis alas y desperté cayendo suavemente entre los árboles del bosque de las hadas. No me había hecho daño. Todo estaba en orden. Miré al cielo y quise subir de nuevo[6].

El hada procede del baúl de Helena Santolaya. La nebulosa que sobrevuela nuestra protagonista es obra de Doughlas Finkbeiner, del Departamento de Astrofísica de la Universidad de Princeton, que hace dos años convocó un concurso de arte y ciencia.

El Duque blanco sí que lo tenía claro...

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